Esta ha sido una semana
curiosa, y aunque esta entrada no tiene nada que ver con ir a correr, creo que
es “para echarse a correr”.
Como uno ya tiene una edad y
además los antecedentes médico-familiares no son todo lo adecuados que yo deseara,
mi médico de cabecera me recomendó que visitara al especialista de digestivo
para que me hiciera una exploración intestinal. Lo cierto es que esta
recomendación me la está haciendo mi señora desde hace casi un año, pero claro,
tratándose de lo que se trata, o imaginándome de lo que se puede tratar, uno es
difícil de convencer. El galeno, en un derroche de amabilidad y eficiencia -no
requeridas por mi parte- debió enviarlo por vía urgente porque enseguida fui
citado a dicho servicio en nuestro querido Hospital Comarcal.
Tras las preguntas de rigor
para elaborar un historial en dicho departamento que se sumara a mi historial
general llegó la primera sorpresa. En realidad la segunda, la primera es que no
entiendo por qué tengo que repetir en cada sección hospitalaria todas mis
cuitas con mi salud a lo largo de mi vida siendo que estos datos están
informatizados en la red hospitalaria aragonesa, a un solo click de cualquier
facultativo con acceso ésta, y que la operación de amígdalas que figura en cirugía
es la misma que aparece en traumatología. No lo critico porque desconozco las
causas, pero al menos me desahogo.
En lo que estaba, la segunda
sorpresa fue cuando la especialista me dijo que no hacía falta que hubiera ido
hasta allí porque los protocolos ha cambiado. Se supone que esta nueva
información debería haberme aliviado, porque alejaba de mí la engorrosa prueba
que pensaba tendría que hacerme, pero sin embargo, un escalofrío recorrió mi
espalda, y es que la experiencia enseña que librarse de un marrón implica, casi
al 100%, comerse otro más grande.
Los protocolos ya no son lo
que eran. Antes, en un caso como el mío te daban cita para una endoscopia,
estabas los dos días previos bebiendo un mejunje que no te apartaba del WC más
de un par de metros de distancia por prevención higiénico-familiar; luego,
llegado el día te ponían en posición –mirando a La Meca, según la nomenclatura
popular-, introducían la cámara por la única abertura que no estaba fuertemente
apretada, exploraban lo necesario, te mandaban a casa y al cabo del tiempo te
citaban para darte los resultados. Y yo no quería ir al médico para librarme de
esto...Ignorante de mí!
Ahora el protocolo, en mi
caso particular, dicta que no hace falta acudir al especialista, no. El mismo
médico de cabecera te prepara una hoja de análisis en la que pone que tienes
que recoger durante tres días una muestra de heces, llevarla a analizar, y si
todo va bien, repetir a los dos años, y sólo en el caso de que aparezca algo
que pueda ser susceptible de seguir investigando, entonces te dan cita para la
endoscopia. O sea, que vaya la que me ha caído.
Por si no fuera suficiente,
las muestras hay que guardarlas en la nevera. Si, sí, en la nevera, no vale
usar una neverita de esas portátiles e ir añadiendo hielo para mantener las
heces en su punto de frescura. La temperatura tiene que ser constante. En todo
caso, si fuera invierno, se pueden dejar a la intemperie, que no pasa nada,
pero ahora, en primavera...A la nevera!
Lo primero, despejar el ala
superior del frigorífico, la que menos se ve y aislarlo del resto con plástico
y papel de plata. Ya se sabe que los botes de muestra ni traspasan ni huelen,
pero sólo de saber lo que hay dentro, pues eso, todo bien aislado.
Lo segundo fue comprar un
orinal. Claro, porque la idea original era hacerlo en el retrete como siempre y
desde allí llevarlo al bote de muestra, pero en el retrete hay agua, y esa agua
tiene cloro, y si luego sale en los resultados y los altera qué? Parezco “CSI
Barbastro, El misterio de las heces”. Nada, nada, a los chinos a comprar un
orinal.
Eso se dice pronto, pero es
como comprar preservativos en un supermercado, que vas por el precio pero no
quieres que nadie lo vea. Además yo debía poner cara rara ese día, porque la
vigilante de la tienda de los chinos me seguía adonde iba, primero a coger un
tuper para la nevera y guardar dentro las muestras y luego cuando me paré
delante de los orinales se acercó y me preguntó: -“¿Qué color?”-
¿Qué color, cómo que qué
color? que es un orinal y es para lo que es. Sí es verdad que había varios
colores para elegir: azul claro, rosa, naranja, pero en ese momento yo pensaba
más en el tamaño, que fuera lo suficientemente grande para no tener que añadir
encima a mi problema un ejercicio de puntería instintiva.
-“Dentro más color”- Me
recomendó la buena señora. Pero amablemente le dije que con los que tenía
delante eran suficientes para elegir. Me hice un poco el loco hasta que unas
chicas pagaron y se fueron y me quedé con el de color naranja, por aquello de
que los cítricos ayudan al tránsito intestinal.
Una vez en casa desplegué
todo el material adquirido para comprobar que no faltaba nada. Ahí estaba todo:
Orinal, tuper, tres botes de muestra y tres palos de madera de esos que te
ponen en la lengua cuando te miran la garganta, sí esos mismos palos...bueno,
los mismos no, claro, sino unos de ese tipo. Pero que veáis la polivalencia de
los mismos, por donde entran son útiles.
Dejé el tuper en la cocina y
llevé el resto del material al baño, donde al día siguiente lo empezaría a usar.
Guardados en un armario los botes y los palos tenía el orinal en la mano y me
dije que porqué no ensayar la posición, así todo sería más fácil cuando tuviera
que hacerlo de verdad. Puse el orinal en el suelo junto a la pared y me agaché
hasta que hice tope, porque no ves dónde está, lo intuyes pero no lo ves. Esto
ya me dio mala espina. La posición es incomodísima, no me extraña que sea tan
difícil sacarles el pañal a los niños. Con lo bien que lo tienen ellos con sus
pañales que aquí te pillo, aquí te mato y tener que adaptarse a este artilugio
que te obliga a estar quieto y con las piernas tan dobladas. Pues en estas
estaba cuando me di cuenta de que se me habían dormido las piernas y no podía
levantarme de una manera, digamos que eficaz. Con una mano en el retrete y otra
en el lavabo me impulsé pero una pierna resbaló, caí sobre ese lado arrastrando
al orinal y me quedé en el suelo tumbado pensando que para solucionar este
problema iba a necesitar mucha paciencia, pero mucha, mucha, mucha.
Otra cosa que se me ocurrió
para evitar el efecto piernas dormidas era colocar el orinal dentro del retrete
y sujetarlo con una mano para mantenerlo pegado al trasero pero no había forma
de sujetar el orinal por detrás a la vez que estaba sentado, no había agujero
para tanto instrumento.
También probé a poner el
orinal sobre el retrete con la tapa cerrada, pero dado que mi altura no
recuerda al noble y esforzado deporte del baloncesto, la posición para efectuar
la muestra quedaba a medio camino entre estar de pie y estar sentado, con lo
que se dificultaba la puntería, y como mi alimentación está compuesta en gran
parte por frutas, verduras y demás alimentos de nuestra rica dieta mediterránea,
la cantidad de fibra que acumulo al cabo del día propicia que el volumen
depositado sea considerable y de una consistencia más bien ligera, por no decir
escasa, con lo que si algo era de obligado cumplimiento es que el orinal debía
estar completamente en contacto con mis nalgas para evitar un esparcimiento no
deseado de la materia fecal por todo el baño.
Ya estaba pensando en
suscribir un seguro médico particular y que me hicieran una endoscopia de las
de toda la vida cuando vía a mi derecha una posible solución: el bidé. El bidé
es ese componente del servicio que uno no sabe por qué está, pero que si no lo
tiene lo reclama, porque da categoría. Luego no se utiliza en la vida, o casi
nunca. Al menos cuando yo compré el piso era así. Bueno, pues por fin le
encontré utilidad al bidé, le levanté la tapa –el mío la tiene- e introduje
dentro el orinal. Cabía la perfección, la postura era cómoda como en el retrete
original, y no había riesgo de que nada se saliera de su sitio.
A dormir, que mañana nos
espera la aventura de recoger la primera muestra.
Ya por la mañana noto que
algo no va como debiera, los nervios de saber lo que me espera hacen que mi
intestino se declare en paro. He desayunado con mi hijo y mi señora como
siempre, he despedido al chico cuando se ha ido al instituto como siempre, y
ahora mi intestino tendría que estar exigiéndome el acudir de manera urgente al
retrete, como siempre, pero no. La pesadez del vientre la tengo, pero como que
no hay desplazamiento vertical hacia abajo.
Mi mujer no deja de
preguntarme si ya lo voy a hacer, o si voy a esperar, o por qué no he ido ya al
baño si siempre voy temprano. Y ahí creo que está la clave, porque en cuanto
ella se ausenta para hacer unas compras y me quedo tranquilo y solo en casa
todo mi cuerpo toma vida de manera autómata y mi intestino llama a las puertas
de mi trasero para que vaya buscando una localización donde evacuar porque esto
llega de manera imparable.
No te pongas nervioso que es
peor.
Lo primero al retrete,
después comprobar que el orinal está en su sitio, desprecintar el primer bote y
colocar encima el primer palo, sentarse sobre el orinal y dejar que todo siga
su curso...
Una vez terminado hay que
coger la muestra. Como hasta que no acabe con todo es como sin hubiera tirado
de la cadena, el olor que inunda todo el baño es nauseabundo, como no podría
ser de otra manera. Esto hay que solucionarlo porque si no mi mujer me va a
encontrar desmayado junto al orinal y sin haber cogido la muestra, que al fin y
al cabo es de lo que se trata. Me viene a la memoria lo que un policía
municipal me contó una vez cuando tienen que enfrentarse a casos en los que el
olor puede representar una barrera, y él lo solucionaba poniéndose un poco de
Vics Vaporub bajo los orificios nasales de tal manera que sólo hueles a
eucalipto. Lo probé y funciona!
Ahora manos a la obra,
bueno, manos mejor que no. Con mucho cuidado cogí parte de lo depuesto del
orinal y lo dejé dentro del bote. Teniendo en cuenta que soy miope y tengo una tendencia natural hacia la torpeza, el cuidado que puse fue extremo, porque lo último que quería es que un movimiento en falso convirtiera el palo en una improvisada catapulta con nefastas consecuencias. Después lo cerré, lo envolví en papel aluminio, lo
enumeré con el 1, lo introduje en el tuper, metí el tuper dentro de una bolsa
de plástico y ésta dentro de la nevera. Volví al baño y envolví el palo con
papel higiénico y luego con la bolsa del bote y luego con más papel de
aluminio, lavé el orinal y lo dejé dentro del bidé para la siguiente entrega,
tiré el palo, me volví a lavar las manos –como la 7ª vez desde que me limpié el
trasero- y respiré aliviado. Por fin! Aún quedaban dos muestras, pero la peor
es la primera. Las otras, con la seguridad de lo conocido, fueron pan comido.
“Pan comido” no es una expresión muy acertada teniendo en cuenta el tema a
tratar pero vosotros me entendéis.
Hasta pronto amigos
P.D. Hoy sólo veo esta foto
como ilustración de la entrada.
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Sí, es el sombrero de un picador. A buen entendedor... |