Hoja anunciadora de la actividad |
Hola, nunca bien pagados seguidores del blog. Sé que en
repetidas ocasiones os he nombrado la importancia y el impacto que un buen
título tienen para despertar el ánimo lector hacia una entrada nueva, más
teniendo en cuenta la amplia y variada oferta bloguera presente en el
Somontano, sin ir más lejos; que si abrimos el abanico a cualquier blog
relacionado con la sana afición al pedestrismo, nos encontramos con que al día
le faltan horas para cubrirla, la oferta, en su totalidad. Por eso elijo para
el título esos momentos tras un entrenamiento en que el cansancio todavía no ha
remitido en su totalidad y el riego sanguíneo no fluye por mi cerebro con la
celeridad adecuada debido a la demanda de los miembros inferiores –léase las
piernas- Y me gustan esos momentos especialmente porque así doy rienda suelta a
mis emociones, normalmente reprimidas por mi férreo autocontrol, y por varios
avisos de denuncia por escándalo público en los que no vale la pena
profundizar.
Este último domingo un variopinto grupo de corredores
tuvimos la suerte y el privilegio de subir hasta la cima del Turbón, a 2492 m.
de altura, sabiamente dirigidos por Josemari Lacoma y acompañados por expertos
y eficaces corredores/montañeros como los hermanos Subías y Paco Jordán, como
ejemplos más sobresalientes. Después de pasar cuatro horas serpenteando por esa
imponente mole caliza y reconfortado en casa por una refrescante ducha, el
título que encabeza esta entrada vino hacia mi mente como una luz en la
oscuridad, como un faro en medio de la tormenta. Claro que viéndolo dos días
después, ya relajado y más tranquilo, pienso que a pesar del rico léxico con
que nuestro idioma nos obsequia, me parece que no acerté a dar con las palabras
exactas que debían transmitir mis sentimientos de respeto y euforia, a partes
iguales, hacia esta montaña.
Y tras esta breve pero necesaria aclaración que espero deje
despejadas las dudas suscitadas por la cacofonía del encabezamiento paso a
relatar de manera igual de sucinta el magnífico día que pasamos subiendo hasta
el Turbón.
Las 7:00 de la mañana era la hora y la puerta del Club
Atletismo Barbastro el lugar elegidos por Josemari para emprender la salida
hacia el Macizo del Turbón, actividad abierta a todos los interesados que era
el colofón de la 3ª Edición de la Escuela de Corredores que el propio Josemari
desarrolla de manera brillante desde hace tres años.
Una vez estuvimos repartidos por todos lo vehículos pusimos
rumbo a Campo, desde donde nos desviamos hacia Serrate y antes de llegar a este
pueblo volvimos a hacerlo hasta alcanzar el punto convenido para iniciar la
marcha. Con un Sol espléndido sobre nuestras cabezas Josemari nos aleccionó
sobre equipación, alimentación y bebidas adecuadas para que todos estuviéramos
bien preparados y evitar disgustos y berrinches irreparables a última hora; y
con estas premisas bien aprendidas tomamos el camino que nuestros GPS Garmin
Forerunner 305 nos indicaban.
Preparando la salida hacia el Turbón |
Enseguida el camino se tornó aburrido y monótono, y como
parte de la actividad consistía en degustar ritmos y terrenos diversos,
Josemari nos desvió por una pedriza casi vertical que debíamos subir para ganar
más altura en menos distancia. Ni que decir tiene que recibimos la noticia con
alborozo y que los posteriores resbalones que en mayor o menor medida todos disfrutamos
dando con nuestros huesos en el mullido colchón pétreo de la susodicha pedriza
no hicieron sino aumentar la alegría y el jolgorio grupal.
Con Fran subiendo por una de las pedrizas. |
Una vez todos de nuevo en el camino y para no bajar los
ánimos se nos propuso hacer un tramo corriendo, que a fin de cuentas es el
deporte que nos une, y con disciplina marcial obedecimos mientras la escasez de
oxígeno, propia de las tierras altas, se iba manifestando en resuellos y
estertores con un volumen más alto del habitual. Tras otra pedriza tan cachonda
como la primera y otro tramo corriendo que puso nuestro sistema pulmonar cerca
de las orejas llegamos a la fuente o abrevadero, según sea bípedo o cuadrúpedo
el sujeto que quiera aplacar la sed ya que para ambos está preparado este
singular manantial. En este punto Josemari nos invitó a beber y a llenar las
cantimploras ya que no hay más fuentes a partir de ahí. También repartió sales
minerales para echar al agua y evitar los sinsabores que una colitis a
destiempo puede provocar.
Reponiendo fuerzas y agua en la fuente. |
Y ahora sí, encaramos el Turbón que se alzaba
majestuoso frente a nosotros. No obstante aún hubo tiempo de hacernos una foto
grupal bajo la señal que indicaba la ruta a seguir y que la experiencia de los
fotógrafos y la buena animosidad de los participantes hizo que todos saliéramos
favorecidos.
Encaminandonos hacia el punto de fotografia. |
¡Que posado más profesional! |
Y ahora sí, encaramos el Turbón que se alzaba majestuoso
frente a nosotros, pero esta vez de verdad. Encabezaba la expedición Josemari y
uno tras otro, en fila india, íbamos siguiendo sus pasos. En realidad cada uno
seguía los de su antecesor, y si este se tropezaba, pues a tropezar se ha dicho
que no hay que ser más que nadie. El único que se permitía licencias en el
camino a seguir era Javi Subías, que debe tener algún tipo de acuerdo con el
Turbón, porque llevaba la misma velocidad cara arriba que cara abajo y ni
variaba su expresión ni manifestaba esfuerzo alguno y lo mismo estaba hablando
con Josemari arriba del todo, o disparando su cámara a un lado de la senda, o
abajo del todo acompañando a una pareja amiga.
Serpenteando por la ladera en fila india. |
Culebreando por la ladera llegamos al collado, donde se nos
brindaban unas vistas magníficas a ambos lados del Turbón. Tras recrear la
vista unos instantes tomamos la cresta que lleva a la cima y allí hicimos
parada y fonda.
Lo cierto es que yo venía arrastrando una cierta incomodidad
desde que salimos de la fuente, y no debido a la desmineralización de sus
aguas, que prudentemente no quise paladear, sino a un paulatino aumento del
deseo de miccionar. Como sucede habitualmente al principio no se le da
importancia pero poco a poco se va convirtiendo en pensamiento único. Lo árido
y despoblado de vegetación de la zona me impedía esconderme tras un arbusto y
habiendo presencia femenina no parecía apropiado girarme simplemente a un lado
para desfogarme. Arriba en el collado me vino a la cabeza que sin mujeres seguramente
nos abríamos puesto en fila y envueltos en compadreo y camaradería varonil
habríamos emulado algunas de las más famosas cataratas que embellecen nuestro
planeta. Huelga decir que estos pensamientos no me tranquilizaban en absoluto.
Momento del ágape, compartiendo bocadillo. |
Hollada la cima me aposenté en un lugar privilegiado sobre
el punto geodésico que da fe de la altura del lugar y procedí a avituallarme a
la manera tradicional, es decir, con un bocadillo de longaniza. Si bien
Josemari había recomendado comida ligera porque la ruta era corta y al mediodía
estaríamos en casa, cualquiera que halla subido más allá de un décimo piso sabe
que la montaña da hambre, y que comerse un bocadillo en el monte es un placer
sólo superado por unas costillas a la brasa, también en el campo, y a ser
posible con leña de carrasca. De manera natural se formaron dos grupos: por un
lado los que habían traído el menú astronauta consistente en geles de glucosa,
barritas integrales, galletitas proteicas y otras delicias de la dieta
N.A.S.A.; y por otro lado los que confiamos en el bocata de toda la vida de fiambre
con el pan untado de tomate y regado, aunque no era el caso, con el fresco tintorro
de una bota de vino. Sin que mi intención sea presumir, podéis imaginar
entregados lectores quién miraba con deseo la comida de quién. Como la edad nos
hace previsores, yo guardaba un bocadillo de pechuga de pavo con queso en la
recámara de mi mochila y viendo que el de longaniza iba a ser suficiente
manduca para satisfacer mi voracidad, no dudé en donar el sobrante, que fue
recibido con algarabía por mi compañera de al lado y por los demás comensales
que se ofrecieron a degustarlo.
Foto oficial de la subida al Turbón |
Con los estómagos saciados inmortalizamos el momento en una
bella estampa fotográfica y procedimos a iniciar el regreso a los coches. Josemari
nos señaló un refugio al pie de la ladera como punto de encuentro y nos dejó
manga ancha para que cada uno bajase como supiese, pudiese o Dios le diera a entender.
Ana Barras, en un gesto de compañerismo muy de agradecer, me ofreció sus
bastones para facilitarme el descenso y no me lo pensé dos veces antes de
aceptar.
Iniciando el descenso junto a Miguel Echo |
Aún no había alcanzado yo el collado cuando los más avezados en
carreras de montaña estaban ya cerca del refugio. Gracias a los bastones evité
caerme varias veces, no todas, y si me hubieran ofrecido bautizar esa senda después
de bajarla el nombre que más la definiría sería “RODOLONES”.
Vertiginoso descenso |
Poco a poco fuimos
llegando al refugio, mi menda en la grata compañía de Miguel Echo, y allí
comentamos las vicisitudes del descenso y lo lejos que se veía ahora el
collado. Cuando todos estuvimos dispuestos y nuestras piernas ya sólo obedecían
a su instinto primario Josemari propuso un ritmo alegre hasta la fuente donde
poder recargar las vacías cantimploras. La visión del chorro manando y
salpicando sobre el abrevadero no hizo sino traer hacia mi vejiga las peores
sensaciones. Ahora había arbustos, pero mi natural pudor me impedía alejarme
del grupo para orinar, por un malentendido sentido del qué dirán, por la prisa
que todos tenían de bajar a los coches para volver pronto a casa y por el miedo
que me producía quedarme solo en medio de tan inmensa montaña. A pesar de lo
dolorido de las piernas, salimos cara abajo como si nos fuéramos sin pagar,
todos tras Josemari, lo que me hizo pensar que quizá no era yo el único que tenía
canguelo de quedarse solo. Cuando llegamos a una de las pedrizas de la subida,
Josemari nos retó a bajarla en lugar de seguir el camino natural. Los más aventureros
se lanzaron con arrojo hacia las piedras, pero con la vejiga como un balón de
Nivea y las piernas como tablones, no me pareció prudente dar un húmedo y
triste espectáculo cayendo entre una ola de cantos mojados en caso de fallarme
el pie, cosa más que probable dado mi estado. Así que opté por la vía fácil de
seguir por el camino lo más rápido posible que los espasmos abdominales que me
provocaban las ganas de mear me permitían.
En los coches y mucho más tranquilo. |
De esta guisa llegué a los coches,
con la agradable sorpresa de ver a un compañero venir de la parte posterior de
la nave adjunta a ellos, los coches, con una cara de satisfacción que los mamíferos
homínidos de género masculino reconocemos enseguida. Fuera mochila y cinturón
de bebida y corriendo hacia la parte de atrás donde me llevó un buen rato quedarme
tranquilo. Después todo se ve de distinto color y las risas, comentarios y
chascarrillos propios de estas actividades montañeras sonaban como cascabeles a
mis oídos. Estiramientos, sandía, piña y cerezas por cortesía de algunos
previsores compañeros; cambio de camiseta sudada por otra seca; despedidas
fraternas; a los coches y en una horita estábamos en Barbastro y cada uno en su
casa.
Y terminada la ducha y todavía chorreando porque no
alcanzaba a la toalla me paré a pensar en lo bien que lo habíamos pasado, las
risas que nos habíamos echado, el gran esfuerzo que habíamos realizado y las
ganas de volver a hacer una actividad de estas características en medio de la
Naturaleza.
Hasta pronto amigos.
Inicio de la senda de ascenso. |
No hay que perder la sonrisa. |
Ni la esperanza, aunque el esfuerzo se prevea intenso. |
Una bella imagen que lo resume todo. |
Las fotografías que ilustran la entrada son por cortesía de Paco
Jordán, Javi Subías, Josemari Lacoma y un servidor. Y podéis ver más y mejores en
el blog del Sr. Ornitorrinco.